miércoles, 29 de junio de 2011

Piramide Teotihuacan



La zona arqueológica de Teotihuacán, situada aproximadamente a 40 kilómetros al noreste de Ciudad de México, fue el escenario, en 1520, de una cruenta batalla (Otumba). En aquel lugar, muy diferente de cómo es ahora, el ejército de Hernán Cortés derrotó a miles de soldados aztecas, al mando del nuevo emperador Cuitlàhuac.
En aquel lugar había algunos montículos que parecían colinas. En realidad, eran las majestuosas pirámides de Teotihuacán, construidas hacía más de mil años por un pueblo misterioso, escondidas bajo tierra, sedimentos y arbustos que se formaron en más de diez siglos de abandono.
La pirámide del Sol, es grandiosa: con un perímetro de 894 metros y una altura de 71 metros, es la tercera pirámide más grande del mundo, después de la de Guiza (Egipto) y la de Cholula (Puebla, México).
La otra, la pirámide de la Luna, es un tercio más pequeña.
Durante los primeros años del siglo XX, algunos exploradores y arqueólogos descubrieron una sorprendente ciudad olvidada, constituida por las pirámides mencionadas, edificios dispuestos en formas geométricas, calles, templos, jardines y atrios espaciosos. Se estima que la superficie total de Teotihuacán era de 33.5 kilómetros cuadrados, más grande que la Roma de Augusto.
Aún hoy, después de décadas de estudios, investigaciones y congresos arqueológicos, no está claro el origen del pueblo enigmático que construyó las pirámides y tampoco el verdadero nombre con el cual ellos se llamaban.
En efecto, Teotihuacán es un término azteca posterior que significaba “lugar donde viven los Dioses”, o bien, “Ciudad de los Dioses”.
Otro de los tantos misterios de Teotihuacán es el de cómo se originaron los montículos de tierra y sedimentos que ocultaban las pirámides. Efectivamente, el período de un milenio parece demasiado corto como para haber causado la sedimentación de tierra y arbustos que ocultaba los monumentos en el siglo XVI. Algunos investigadores sugirieron que fueron los mismos Teotihuacanos quienes ocultaron las pirámides, por motivos desconocidos.
Para construirlas fueron necesarios siglos enteros de arduo trabajo. Muchos arqueólogos sostienen que los pueblos precolombinos no conocían la rueda, pero en mi opinión eso no puede ser comprobado. Es cierto que fue usada (como lo demuestran algunos juguetes de piedra), pero probablemente no en carros. El hecho de que en América no existieran animales de carga (como el caballo o los bovinos), no permitió la difusión de la tecnología del carro, utilizada en el viejo continente a partir de la edad de bronce.
Sin embargo, esto no quiere decir que la rueda no haya sido utilizada, por ejemplo usando troncos de árbol para transportar los bloques de granito, que pesaban hasta 45 toneladas, desde las minas hasta los sitios de construcción.
Estas piedras fueron colocadas inteligentemente, encajándolas unas con otras para erigir las pirámides. Hay que considerar que para los Teotihuacanos, como para el resto de todos los pueblos precolombinos, el tiempo no representaba un problema. La construcción de una pirámide no se podía considerar nunca totalmente terminada. La estructura inicial se cubría por otras más grandes y sucesivamente se construían otros niveles. A veces, esto se hacía para honrar el nombramiento de un nuevo rey o de un nuevo sacerdote, o para conmemorar una victoria. Por lo tanto, las pirámides contienen por lo menos otra en su interior. Esto lo confirmó el arqueólogo Manuel Gamio en 1919, pues mientras estudiaba una de las paredes del templo de Quetzalcóatl (nombre del Dios mesoamericano de la vida, unión de dos palabras: quetzal, espléndido pájaro de plumas verdes y coatl, serpiente emplumada, cuyo cambio de piel simbolizaba el renacimiento), descubrió que al interior había otra estructura, decorada con excelsas esculturas que representaban cabezas de serpientes emplumadas y Dioses de la lluvia.
Algunos lectores de arqueología comparada difundieron la idea de que los Teotihuacanos descendían de los Egipcios y que construyeron pirámides siguiendo aquellas tradiciones. En realidad, las pirámides de Teotihuacán, como las otras mesoamericanas, tienen una función y un diseño totalmente diferente de las egipcias. Estas últimas fueron construidas como tumbas y lejos de los centros residenciales. Por el contrario, las mesoamericanas fueron construidas en los núcleos activos de la ciudad y como algunos templos fueron construidos en las partes más altas, servían de centros ceremoniales y religiosos. Tenían la función de acercar los sacerdotes a las Divinidades y de intimidar a las poblaciones, pero también de incrementar el prestigio de las ciudades. Además, desde la cima de estas pirámides, los sacerdotes podían verificar mejor la posición del Sol, de la Luna y de los planetas (en particular de Venus), cuyos movimientos tenían gran importancia para los pueblos mesoamericanos.
Las pirámides de Teotihuacán están separadas por una calle que se llama “la calzada de los muertos” (llamada así por algunos estudiosos porque se pensaba que debajo de la misma había tumbas). Esta calzada, de dos kilómetros de largo y cuarenta metros de ancho, está orientada 15,5° en dirección norte. A su vez, la pirámide del Sol está orientada 285,5° respecto al norte (270°+15,5°=285,5°), exactamente la dirección de la puesta del sol del día 13 de agosto. Varios investigadores intentaron dar una explicación lógica a estos datos. Algunos propusieron que la disposición angular de las pirámides de Teotihuacán tiene que ver con el ocaso de las Pléyades o con el surgir de Sirio. El astrónomo Antony Aveni, por el contrario, sugirió que el 13 de agosto, al ser el día de la creación en la cosmogonía Maya, representó también para los Teotihuacanos una fecha clave.
Según algunos investigadores, el centro residencial de Teotihuacán se originó después de la decadencia del pueblo de Cuicuilco, a causa de la erupción del volcán Xitle, alrededor del siglo VI a.C. De todos modos, hasta comienzos de la era cristiana la población no superó las cinco mil personas. Fue sólo alrededor del 150 a.C. que la ciudad empezó a crecer y que se comenzó la construcción de los edificios monumentales.
El entorno ambiental circunstante, muy favorable, permitió la excedencia de producción de maíz, papa, tomates, cacao y de otros cereales y verduras típicas del Nuevo Mundo. La relativa cercanía de minas de obsidiana y la producción creciente de algodón, permitieron a los Teotihuacanos disponer de valiosos materiales para el trueque, el cual se efectuaba por otros productos de la zona costera y de Yucatán.
La ciudad asumió rápidamente un importante rol cultural, y se encontró siendo un relevante centro de difusión de mitos, tradiciones y espiritualidad. Tuvo también un creciente peso político y económico, convirtiéndose muy pronto en una de las más grandes metrópolis de la antigüedad.
Se estima que alrededor del siglo VI d.C., su población alcanzó los 200.000 habitantes, situándola, de este modo, junto a Constantinopla y Córdoba, entre las más grandes ciudades del mundo. Probablemente era gobernada como una ciudad-estado, por un rey y por su exclusiva élite, la cual tenía acceso a las innovaciones y la cual disponía de medios de producción.
Teotihuacán, como también Tiwanacu y posteriormente Cusco, estaba dividida en cuatro áreas distintas, cada una utilizada con diferentes fines: el sector cultista y el comercial, con el mercado, además de las zonas exclusivamente residenciales. Parece que en cada uno de estos distritos urbanos vivían diferentes etnias, como los Zapotecas, los Mixtecas y los Totonacos.
Estos últimos se atribuyeron por mucho tiempo el papel de fundadores de Teotihuacán, pero hasta ahora su verdadero origen continúa siendo un misterio. Lamentablemente, como sus antiguos habitantes no dejaron restos de arcaicas formas de escritura y tampoco de estatuas que indiquen características somáticas o morfológicas, como por ejemplo las de los Olmecas o de San Agustín, y como tampoco dejaron rastro de leyendas mitológicas como las que dejaron los Aztecas, cualquier tentativo de buscarle un origen remoto cae en la fantasía y se aleja de ser un serio análisis científico.
El sagrado sector reservado a la espiritualidad, ubicado en el centro de la ciudad, estaba destinado al culto del pájaro-felino-serpiente emplumada. Con estos ritos, relacionados con el culto de la fertilidad, se buscaba un hilo conductor para unir los tres mundos (infrahumano, mundo medio y superior), a través de símbolos y colores: serpiente-rojo, felino-azul y pájaro-amarillo, que representaban también los niveles de crecimiento interior del hombre. Otra de las fantásticas representaciones artísticas de Teotihuacán son los frescos policromos, que aún hoy son visibles en el interior de sus templos y palacios. En estas pinturas se pueden apreciar escenas de guerra, representaciones de sacerdotes o de figuras divinas como Tlaloc, señor de la lluvia, o Huehuetéotl, Dios del fuego.
Alrededor del 650 d.C., comenzó la decadencia de Teotihuacán. La ciudad perdió importancia y fue posteriormente abandonada. Los motivos de esta decadencia repentina no están claros. Algunos investigadores propusieron que hubo invasiones de pueblos bárbaros, como sucedió en la antigua Roma, pero en mi opinión, como sucedió también en otras áreas mesoamericanas, la causa del declive de Teotihuacán pudo haber sido la insuficiente producción agrícola, sobretodo considerando el aumento exponencial de la población. Todo eso pudo haber causado enfermedades y muerte, con la consiguiente emigración de los sobrevivientes hacia áreas más fértiles.
Orion

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